Barracas: La historia de Felicitas

La tragedia de un feminicidio .Las leyendas se apoderaron del magnífico edificio. Se dice que el fantasma de Felicitas camina por el templo a altas horas de la noche. Quienes la vieron, dicen que viste de blanco, un vestido de época o una túnica. La escucharon llorar y lamentarse mientras las campanas de la Iglesia suenan ensordecedoramente. Siempre el 30 de enero, el día en que murió, pero a veces también las noches en que la tormenta cubre el cielo de Barracas.

Por Valentina Herraz. Especial para Diario Z

La Iglesia Santa Felicitas, en Barracas, nació de un femicidio: fue construida en memoria de una joven y bella viuda, asesinada por un señor de la aristocracia porteña.

A Felicitas Guerrero la casaron, a pesar de sus ruegos para que no lo hicieran, a los 16 años con un cincuentón, Don Martín Gregorio de Álzaga, hijo de una familia patricia y terrateniente. Ella era una hermosa jovencita, la más bella de la República, según exageró el poeta Carlos Guido y Spano.

¿Por qué casar a esa beldad con un hombre que arrastraba medio siglo? En esa época a las mujeres se las entregaba en matrimonio jóvenes y fértiles. Era una forma de asegurarles el futuro a quienes, sin importar la edad, eran consideradas menores de edad durante toda su vida. El contrato nupcial con Álzaga dejaría en manos del matrimonio la inmensa fortuna de ambas familias que se medía en dinero, en tierras y propiedades.

Muy pronto Felicitas tuvo un hijo, al que llamaron Félix Francisco. El niño murió durante la epidemia de fiebre amarilla cuando tenía tres años. Don Martín no soportó el golpe. Un segundo hijo nació muerto al día siguiente de la muerte de su padre.  Felicitas quedó viuda a los 24, y convertida en única heredera de la inmensa fortuna de los Álzaga, que incluía la estancia La Postrera, en el partido de Castelli, y miles de hectáreas, que iban desde el río Salado hasta el actual partido de General Madariaga.

La desdichada Felicitas Guerrero y su hijo Félix, en mármol de Carrara.

Para muchos pretendientes, la bellísima estanciera era el mejor partido de la época. Felicitas guardó un luto muy breve para los cánones de la época y se mostró decidida a que, esta vez, ella iba a elegir por sí misma un nuevo marido entre los muchos señores que la cortejaban. Podría elegir un segundo marido en base al amor y lo hizo.

La muchacha pasaba mucho tiempo en el campo. Una tarde, mientras paseaba con su carruaje por tierras alejadas de su estancia, la sorprendió una tormenta y se perdió. Un jinete -que la cruzó en ese momento- la tranquilizó y la acompañó en el regreso. Se llamaba Samuel Sáenz Valiente, era joven y estanciero, había llegado hacía poco tiempo de Europa. Se enamoraron locamente. Esta pasión disgustó a otro de los pretendientes, Don Enrique Ocampo, tío abuelo de la escritora Victoria Ocampo. Y abrió el camino para que Don Enrique pasara a la historia como “el asesino de la mujer más bella de Buenos Aires”.

La Iglesia Santa Felicitas

Aunque la historia es trágica y, Felicitas no pudo cumplir su romance con el joven Samuel Sáenz Valiente, también cuentan que quien toque las rejas que rodean Santa Felicitas podrá recuperar para siempre su amor perdido. Y si atan un pañuelo en las rejas de la iglesia, a la mañana siguiente lo encontrarán humedecidos por las lágrimas de Felicitas,

Aunque la joven viuda supo ser el fantasma más famoso de la ciudad, de a poco se va olvidando su historia. Santa Felicitas fue construida para homenajear a una joven enamorada y a su familia. Pero ninguna novia se atreve a casarse ahí.

Los padres heredaron la fortuna de su hija y, en su homenaje, encargaron la construcción de la Iglesia Santa Felicitas en el predio de la casa familiar de Barracas.

El edificio, construido por el arquitecto Ernesto Bunge en 1875, está ubicado en Isabel la Católica entre Pinzón y Brandsen, justo en frente de la plaza Colombia. Tiene un estilo gótico y detalles que la diferencian de otras construcciones de la época, como ser que es la única Iglesia que tiene figuras humanas de simples mortales como parte de la decoración.

El interior, de una sola nave con crucero y cúpula, luce una elegante combinación de mármoles, estucos, y pinturas de mérito. La bóveda del crucero está decorada con escenas que resaltan dorados, mientras el altar mayor, los laterales y el púlpito son de mampostería policromada. Además, un reloj inglés que fue arreglado recientemente y un órgano alemán con 783 tubos.Vitrales franceses y piso de mosaicos españoles son iluminados por lámparas con caireles de cristal que aún conservan sus tubos de gas de carburo. En los jardines existe una reproducción de la Gruta de Lourdes.

Dos grandes estatuas de mármol de Carrara blanco representan a Martín Gregorio de Álzaga y a Felicitas Guerrero de Álzaga sosteniendo al pequeño Félix en brazos. También se pueden encontrar bustos de los padres: Doña Felicitas Cueto de Guerrero y Don Carlos J. Guerrero.Una asociación civil administra un museo con más de 11 salas. Se exhiben objetos de la vida cotidiana de la época, pinturas y esculturas. Antes de la pandemia, se organizaban recitales. Hay visitas guiadas por los túneles, los dormitorios de las pupilas y la Iglesia.

El inicio de la tragedia

Era el 29 de enero de 1972, el día en que se iba a anunciar el compromiso de Felicitas Guerrero de Álzaga con Samuel Sáenz Valiente en la casa de descanso de la familia Guerrero, sobre la calle Larga, antiguo nombre de Montes de Oca, en Barracas.

La joven se había demorado haciendo compras y cuando llegó a la casa ya estaban algunos invitados. Don Enrique Ocampo pidió verla y Felicitas no pudo negarse. Discutieron en un salón. Un hermano, unos primos, algunos invitados, escucharon que Ocampo le preguntaba a Felicitas si se iba a casar con él o con Samuel. Ante la respuesta evidente, sacó un revólver y gritó si no se casaba con él, no lo haría con nadie: “Te daré una y mil veces la muerte”.

Felicitas intentó escapar pero recibió un tiro en la espalda y cayó desplomada. Rápidamente, dos primos entraron al salón y se escucharon más disparos. Aunque el cuerpo de Ocampo presentaba más de un orificio de bala, el juez dio por cerrado el caso caratulando la muerte de femicida como suicidio. Felicitas murió al otro día en el hospital. La velaron en la casa de México al 500, actual sede de la Sociedad Argentina de Escritores. Increíblemente, los dos cortejos fúnebres coincidieran a la entrada del Cementerio de la Recoleta.

El asesinato conmocionó a la aristocracia porteña. Fue visto como un crimen pasional, de un hombre despechado, y no faltó quien susurrara que el liberalismo de la joven viuda la había encaminado a la desgracia. Si lo de Ocampo fue suicidio o ajusticiamiento por parte de los primos de Felicitas no importó: el honor y la venganza eran preceptos indiscutibles de la época.

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<p><strong>El inicio de la tragedia</strong></p>
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<p>Era el 29 de enero de 1972, el día en que se iba a anunciar el compromiso de Felicitas Guerrero de Álzaga con Samuel Sáenz Valiente en la casa de descanso de la familia Guerrero, sobre la calle Larga, antiguo nombre de Montes de Oca, en Barracas.</p>
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<p>La joven se había demorado haciendo compras y cuando llegó a la casa ya estaban algunos invitados. Don Enrique Ocampo pidió verla y Felicitas no pudo negarse. Discutieron en un salón. Un hermano, unos primos, algunos invitados, escucharon que Ocampo le preguntaba a Felicitas si se iba a casar con él o con Samuel. Ante la respuesta evidente, sacó un revólver y gritó si no se casaba con él, no lo haría con nadie: “Te daré una y mil veces la muerte”.</p>
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<p>Felicitas intentó escapar pero recibió un tiro en la espalda y cayó desplomada. Rápidamente, dos primos entraron al salón y se escucharon más disparos. Aunque el cuerpo de Ocampo presentaba más de un orificio de bala, el juez dio por cerrado el caso caratulando la muerte de femicida como suicidio. Felicitas murió al otro día en el hospital. La velaron en la casa de México al 500, actual sede de la Sociedad Argentina de Escritores. Increíblemente, los dos cortejos fúnebres coincidieran a la entrada del Cementerio de la Recoleta.</p>
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<p>El asesinato conmocionó a la aristocracia porteña. Fue visto como un crimen pasional, de un hombre despechado, y no faltó quien susurrara que el liberalismo de la joven viuda la había encaminado a la desgracia. Si lo de Ocampo fue suicidio o ajusticiamiento por parte de los primos de Felicitas no importó: el honor y la venganza eran preceptos indiscutibles de la época.</p>
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Don Enrique Ocampo, el pretendiente que la asesinó y murió en el acto, probablemente ejecutado por los primos Guerrro.

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